Oliva, mágico y rebelde

Revista Habanera, Año 4 #10

Conozco a Pedro Pablo Oliva hace más de veinte años. Ya pintaba maravillosamente, dueño y señor de un universo onírico, poético, lleno de color, pero al mismo tiempo con los pies bien asentados sobre la tierra de la humilde calle de barrio, donde vive todavía, en la ciudad de Pinar del Río, 160 kilómetros al oeste de La Habana. Tiene además un hermoso estudio en los altos de un patio colonial de La Habana Vieja. Ahora tiene 48 años, unas libras de más, y sigue con su buen humor juvenil, salpicado de ironía, que a veces llega al cinismo, capacidad de análisis, un poco ya de regreso, y sobre todo, sigue con esa gracia mágica para pintar.

Una mañana luminosa fui a su estudio, conecté el grabador, una taza de café y un buen tabaco por medio, platicamos de todo un poco. Así, sin más pretensiones.

– Recoger el estado espiritual de mi época. Algo casi imposible, porque eso para mí implica sentir, vivir y pensar como casi todo el mundo. Resumir todo en una sola cosa es una epopeya demasiado fuerte y casi imposible, pero a eso aspiro.

– ¿Siempre has partido de una idea para un cuadro? ¿Te da mucho trabajo o ya tienes training?

– Hago bocetos. Esbozo las ideas. Hasta pongo el título, y eso me ayuda, porque es la cuestión filosófica o literaria del asunto. Después me enfrento a la obra y cambio algo, pero la esencia se mantiene. A veces no tomo partido, no asumo ninguna posición. Solo plasmo un idea.

– Desde que te dices por un tema ya estás asumiendo una posición.

– Sí, es cierto. Pero quiero decirte que a veces elaboro más, amplío esa idea. Por ejemplo, tengo un cuadro que se titula “El Gran Apagón”. Un cuadro enorme. Toqué dos temas al mismo tiempo. Los apagones de electricidad que tanto irritan, pero a la vez el apagón de algunas ideas en las cuales nos formaron. Aquellos productos de formación de un país ideal…

– ¿Te generó alguna crisis personal aquella macro-crisis hacia 1989-90?

– La crisis mía vino antes. Vivir la vida de barrio, en una ciudad de provincia, lo cotidiano, te da mucha visión de la realidad. Creo que la gente piensa como vive. Recibes los golpes mucho más fuerte y directamente. Tienes una visión mucho más clara e inmediata. Los golpes en carne propia son más violentos.

– Debido a esa crisis muchos artistas se han ido de Cuba, temporal o permanentemente.

– Sí, es lógico. Uno dice: “Coño, podría vivir mejor en otro lugar”. Pero es distinto para un artista. Mis raíces creativas están aquí. El motivo de mis cuadros radica en la situación específica de este país. Los conflictos humanos. Cuando algunos artistas empezaron a irse de Cuba, me pareció una locura. Creo que escaparse es una tontería. No permito que ninguna crisis, ninguna decisión alocada, absurda, me lleve a tomar decisiones en contra de mi condición de cubano. Desde aquí lanzo mi voz, e intento, de una forma mucho más eficaz, plantear mi posición, mi análisis. Creo que es más efectivo desde aquí, desde nosotros.

– ¿Piensas que se neutralizan mucho las raíces del artista en el exilio o por lo menos fuera de su tierra?

– Un poeta decía “De lejos se ve más claro”. Es posible que en momentos y situaciones específicas se vea más claro. Yo, a pesar del poeta, prefiero verlo todo desde aquí.

– ¿Hasta qué punto te interesa un análisis racional de la situación?

– El análisis racional te lleva a esclarecer las ideas. Me dedico a escuchar todo lo que dice la gente en el barrio, en la calle, porque en ellos siempre hay algo de verdad. Creo que es bueno oír a amigos y enemigos. Es decir, a los que solo cuestionan y dudan de todo, y los que solo son capaces de alabar indiscriminadamente.

– Porque nadie tiene la verdad completa en la mano…

– Anjá. – Desde el punto de vista artístico, hace 22 años me decías que tienes influencias evidentes de Chagall. ¿Y hoy?

– Sigo con esa influencia. Algunos amigos me dicen que el día que pierda la poesía se me va el encanto del trabajo. Es cierto. Chagall sigue latente, pero en ocasiones siento que soy más violento. Un poco más duro y agresivo. Bueno, Chagall era agresivo. Lo he podido estudiar con detenimiento y te digo que es hiperagresivo, hiperdramático, hiperfuerte. La gente se confunde. Un quinqué con alas rosadas y volando puede parecer poético. El escape de luz. Pero es una tragedia el escape de la luz.

– ¿Hay más influencias?

– El maestro Abela y Antonia Eiriz. Creo que son dos puntos fundamentales de mi trabajo.

– A veces lo que supones dramático en tus cuadros, otros no lo ven así.

– Sí, me sucedió con el tema de los refugios que se hicieron en todas partes, para posibles ataques aéreos, para una invasión. Fueron temas de mis cuadros durante años. Un poco en serio, un poco en burla. Es dramático pensar que puede venir una guerra devastadora y uno no tiene dónde meterse.

– Pero tu pintura trasciende el tema. Tus cuadros funcionan plásticamente en lugares donde el público no tiene esas referencias circunstanciales de Cuba.

– Es posible que funcionen como imagen plástica per se, pero creo que… no sé. Esas cosas las juzgan los críticos.

– Lo que quiero decir es que tú, como artista, intentas trascender tu espacio y tu tiempo y ganar universalidad.

– No me lo propongo de esa manera. Mira, durante mucho tiempo, antes de éxodo de los balseros de agosto de 1994, trabajé un tema que le llamé “Los Navegante”. Los colocaba en cajas de fósforos, frutas, cuchillos. Después la realidad fue mucho más dura y la gente se iba realmente en lo que encontraba y muchos perdieron la vida. En ese caso el tema trasciende esos límites. Navegar es dejar que la imaginación se vaya por el mundo e irse de aventuras.

– ¿Cuántos años llevas pintando?

– Profesionalmente desde 1970, pero uno se va formando desde niño y ya tengo 48 años.

– ¿Has evolucionado, eres consciente de una evolución?

– Cambios técnicos no. Sigo con los mismos materiales y temáticamente lo que me interesó siempre es el ser humano. Cuando pintaba un triciclo o unos tarecos abandonados en un rincón, eran los despojos del ser humano, la presencia, la huella humana. Sigo siendo el mismo.

– ¿Crees que eres más efectivo ahora?

– La gente joven es capaz de decir las cosas con más crudeza que aquellos que tenemos más edad y expresamos las cosas de forma más dulzona. Por eso lamento siempre que se hayan ido de Cuba Segundo Planes, Tomás Elso, Carlos Luna, y otros más. Lo lamento porque eran voces discordantes, que expresaban todo con crudeza y con calidad artística. Y siento que hacía falta.

– ¿Han intentado controlarte alguna vez?

– Jamás. Creo que siempre ha habido un respeto. Nunca se me ha acercado ningún funcionario. Siempre he hecho lo que me da la gana. Quizás ha sido la carga poética de mis cuadros lo que les ha disuadido.

– ¿Y ahora cómo te sientes?

– Me siento un poco mal. Creo que el país es menos absurdo. Antes existían locuras, ideas locas de algunos que me obligaban a cuestionarlos, a ironizar, a burlarme.

– ¿Y hoy no puedes cuestionar nada?

– Hoy puedo cuestionar miles de cosas. Cuando oigo a alguien hablar de algo que yo sé que en la práctica no es así, me río y digo: “estás equivocado”. Y me dan deseos de expresarlo. Pero, ¿sabes qué me pasa? Que no sé todavía la forma de hacerlo. Y eso me tiene en un impasse, como en estado de invernadero. Sigo esperando que la idea salte para agarrarla.

– ¿Y qué haces? ¿No pintas?

– Pinto cosas que considero demasiado “bonitas”, demasiado “dulzonas”. Estoy en un tema que se llama “Bodas de españoles y criollas”. De pronto en el barrio comenzaron a casarse muchachitas con españoles, con italianos, y entonces me dije: ¿qué está pasando aquí?

– Pero eso ya es pan comido…

– Por eso. Es un tema cotidiano. Ya no tiene capacidad de asombrar. Y si hay algo que me gusta es dejar entrever la capacidad de asombro. Estoy con el ojo avizor, pero todavía no emerge el gran tema que me motive.

– Comercialmente has tenido mucho éxito en los últimos años. – Mi obra se vende. Y creo que a buen precio. El cuadro que he vendido a mejor precio fue en una subasta en Christie’s, en New York. Fue un cuadro sobre Martí y La Niña de Guatemala. No recuerdo bien, pero creo que alcanzó 35 mil dólares. Después de eso, según el país y la galería, los precios oscilan de 10 mil y tantos hasta veinte mil y tantos. Depende también del tamaño, del cliente, en fin… no sé.

– ¿Vendes solo en el exterior?

– No. También en Cuba. Sobre todo a extranjeros. Pero están apareciendo coleccionistas cubanos –son unos cuantos- y están adquiriendo mi obra a muy buenos precios. Y eso es importante para el país porque mi obra se queda aquí, en colecciones privadas. Eso me alegra. Que surjan cubanos con ese poder adquisitivo y que se interesen por la plástica.

– Te mantienes muy fiel al óleo y al lienzo.

– Es que no sé hacer otra cosa. El grabado no me interesa. Llevo más de dos años sin dibujar, por falta de paciencia. Y cerámica hice alguna vez y en cualquier momento la retorno. Me invitaron para un proyecto de ambientación en el Malecón. Creo que sí, que haré algo en cerámica para el Malecón. Será bonito, interesante, no sé. No sé bien solo presiento cosas revoloteando a mi alrededor. Cosas nuevas. Ya llegarán a mí. En su momento. Cosas nuevas.

Pedro Juan Gutiérrez

Pedro Juan Gutiérrez

Crítico de Arte