Historia de Amor
Pedro Pablo Oliva
PREMIO NACIONAL DE ARTES PLÁSTICAS
Museo Nacional de Bellas Artes
7 de septiembre – 31 de octubre 2007
A Modesta, que hasta sus últimos días me decía Pablito…
Mi madre disfrutaba azorar los gorriones con una escoba de millo que agitaba con fuerza y un ritmo parecido al aleteo de los pájaros. La oía protestar diciendo que todo lo echaban a perder, que su sitio eran los árboles, el aire, las ramas. Un día mi mamá que todo lo calculaba, incluso las veces que debía respirar en el día, se descubrió debajo de los mamoncillos que adornaban el patio disfrutando de su frescor y su sombra. No hubo protesta de los gorriones, ni siquiera de los más recalcitrantes; la endulzaron con un canto monótono pero tierno. Solo después de eso entró en casa y me susurró con un tono diferente “Pablito, deja que entren los gorriones, la casa es suficientemente grande para todos.”
Pedro Pablo Oliva
HISTORIA DE AMOR
Museo Nacional de Bellas Artes · Edificio Arte Cubano
7 de Septiembre – 31 de Octubre 2007 · La Habana, Cuba
Selección de Obras
Pepito Malecón
2005 · Serie Alegrías y Tristezas del Malecón
Óleo/tela, vara de pescar y quinqué
180 x 130 cm
Hombre Desnudo
2006 · Serie Alegrías y Tristezas del Malecón
Óleo/Tela, vara de pescar y bandera cubana
180 x 130 cm
Muchacha levitando sobre un cubo
2007 · Serie Alegrías y Tristezas del Malecón
Óleo/Tela, vara de pescar y bandera negra
257 x 230 x 30 cm
La ejecutoria de Pedro Pablo Oliva le sitúa como un artista sobresaliente, continuador de sus predecesores desde el rigor de la pintura, el dominio del dibujo y el alcance de sus presupuestos estéticos y conceptuales. Singular exponente de un estilo neoexpresionista, trascendido por el realismo mágico y el surrealismo, a Pedro Pablo le distinguen el acento lírico, las texturas y los efectos técnicos en una composición resuelta por la aprehensión de fantasías y realidades. Compone su poética desde un acercamiento anecdótico y enaltecedor de los sentimientos humanos, secundado por un tratamiento simbólico.
Imprescindible protagonista de la generación de los setenta -período marcado por un arte inducido hacia la búsqueda de la identidad y la reafirmación de nuestra vanguardia artística-, Oliva ahonda en nuestros orígenes y confirma cómo “…predominaba en esos años la búsqueda del terruño, de acercarse más a lo propio, a lo nacional, al pueblo donde uno vivía.” Capta, indaga, interroga e interpela a la realidad de la vida cotidiana con una percepción marcada por su capacidad de asombro y con la ingenuidad propia de la curiosidad infantil mezclada con su espíritu irónico. Ese encanto y misterio de su imaginería conforman un arte particular asumido desde una perspectiva social, favorecida por el aislamiento del ruido de las capitales y el sentido de pertenencia a su pueblo natal.
Yo he querido hacer una obra seria, profunda, de pensamiento puro, filosófica; sin embargo, la presencia mantenida de hijos pequeños me distrae y me devuelve a la infancia. Es una extraña y placentera condena. Me tocó no salir de la infancia y de esa aparente ingenuidad debido a la presencia física y real de los niños en mi vida.
En una primera etapa plasma aquellas evocaciones de su niñez que le dejaron intensas impresiones y que confirman la vocación nostálgica de su naturaleza humana. Reconoce la profunda huella de la pérdida de su padre cuando contaba sólo siete años de edad: “Guardo el recuerdo de papá que se perdía cada noche (contando estrellas, decía la vieja). Mis primeros seis años viajando de su mano calle arriba y calle abajo, recogiendo semillas de pino. Su partida, el silencio de la casa y no entender que no lo vería más.” (…)
Fragmento de El juego de la vida o un mundo de pura poesía
por Hortensia Montero Méndez