Anotaciones

Catálogo exposición Apuntes de Viajes, La Habana, 2016

«Como todos los grandes viajeros, he visto más de lo que puedo recordar, y he recuerdo más de lo que he visto.»

Benjamín Disrael

Es excitante viajar: marcar un destino, “hacer las maletas”, abrir la puerta y descubrirse a punto de ser abatidos por el polvo del camino. Entonces, con simplemente un paso, iniciamos la aventura…

Y es que la humanidad se ha hecho experta en esto del andar. Rutas de vuelo, barcos, carreteras… El hombre ha acortado las distancias y hoy 80 días son más que suficientes para recorrer el mundo. Esta extraordinaria capacidad del individuo moderno para alterar el espacio y el tiempo no es motivo de asombro, responde a la especialización de una práctica que llevamos realizando durante millones de años y que ha marcado profundamente nuestra existencia.

El ser humano nació viajando. Huyendo de gélidos vientos y suelos abrasadores se modeló nuestro cuerpo y se definió una especie curiosa y expansiva. En la constante búsqueda de la fertilidad y el cobijo vagó durante millones de años por los continentes hasta encontrar sitios donde crear hogares y perpetuarse. Mas el hombre no pudo desligarse del deseo de ver qué había allá tras el horizonte siempre cambiante, y así exploró los caminos y ciudades que otros como él habían creado, estableció rutas, y en nombre de la religión y la cultura realizó incursiones de guerra y conquista. Sus andares esculpieron y aprehendieron el mundo, abriendo ante él una nueva dimensión del ser, nacida de la trasmutación del sentido del viaje, al llevarlo del mero descubrimiento de terrenos a un develamiento de sí mismo en las realidades y verdades que enfrentaba. A partir de la sublimación de este concepto se entendió la existencia como epopeya, siendo el héroe viajero una alegoría de la humanidad misma.

De este modo, “viajero” resulta todo aquel que ha comprendido su existencia a partir de esta metonimia: clérigos, filósofos, historiadores, escritores… Pero quizás el más curioso de todos ellos sea aquel que encontró los más fieles compañeros de andanzas en la tinta y el papel, rodeándose de apuntes de lo todo lo vivido y contemplado en el trayecto, un peculiar cuaderno de bitácora donde se encierran verdades como en ningún otro. Encontramos en el artista a un viajero extraordinario, simbiosis perfecta entre creatividad y pensamiento que mira al mundo incesantemente con caprichosa sensibilidad, manejando líneas y colores con las que eterniza percepciones, exaltaciones, desasosiegos… Así se presenta Pedro Pablo Oliva, quien peregrina acechado por las imágenes, para solo encontrar calma cuando las vuelca sobre el lienzo o el papel, haciendo brotar de sus manos un sinfín de personajes que sintetizan sus recuerdos y emociones más íntimas.

Oliva es un viajero singular a quien no le entusiasma viajar, al menos no en el sentido tradicional de la palabra. No disfruta los cambios de locación por mucho tiempo y rara vez ha hecho turismo. Si las circunstancias requieren un traslado, está pensando en el regreso a casa incluso antes de salir de ella. Podríamos decir que se trata de alguna fobia o justificar con cualquier pretexto la brevedad de sus escapadas, pero la realidad es que este tipo de viaje no resulta lo suficientemente cautivador para él. Quizá sea el retorno lo que importa: volver cargando imágenes y evocaciones puede que sea para este hombre más satisfactorio que la aventura en sí. Hay para Oliva un viaje mucho más complejo que trasciende al desplazamiento físico, una concepción homérica de la vida, de la que se sabe protagonista, donde cada día es una odisea personal….

Para Oliva viajar es un estado metafórico que lo lleva al constante escrutinio de escenarios, sean reales o ficticios. Allí nacen las múltiples criaturas que testimonian el inusitado periplo del artista, su mirada asombrada y su capacidad para distorsionar visualmente el mundo. La línea y el color son su idioma, su gramática. Llegaron a Oliva a temprana edad cuando, a través de las historietas de Harold Foster y Chester Gould, sintió que la imagen era mucho más expresiva que las palabras. Tras reconocer en el arte un medio para grabar memorias, inició un viaje que ha ido perpetuando en una vasta bitácora donde se hibridan pinturas, dibujos y esculturas, con meticulosidad digna del navegante de antaño.

Cuando el aguarrás inunda el cuarto de trabajo comienza el lento fluir de discursos. El pincel se desliza y durante el largo período de tiempo que Oliva dedica al lienzo emergen personajes y elementos que van trenzando historias, o más bien crónicas sociales y espirituales, desde el más simple de los acaecimientos cotidianos al más profundo de los conflictos. Sin embargo, a veces la ansiedad propia del creador procura un sorpresivo golpe, y en ese instante a Oliva le urge una manera más sencilla y accesible para conservar la emoción inmediata. Es entonces cuando hace uso de esos pequeños recortes de cartulina que, a modo de cuadernillo, lleva consigo a todas partes.

“Lo primero que coloco en mis maletas cuando salgo de viaje son mis pequeñas cartulinas”[1] -ha dicho. “Tal vez olvide mis zapatos o mis medicinas, pero no así mi acuarela, mis tintas, mis lápices. Tengo la hermosa costumbre, en la soledad de una habitación de hotel, de no dormir sin terminar algún pequeño dibujo… o en cualquier reunión o sitio donde el tiempo no acaba de calmar mi ansiedad. Lo reconozco, es una obsesión.”[2]

Oliva no puede desligarse, no importa en qué rincón esté, de la creación de estampas. Hay un sobresalto en él, un ímpetu que lo avienta cada dos por tres sobre papeles donde aparecen dibujados el transeúnte, el niño que saltaba en el parque, el pájaro, la lagartija del patio, o incluso el que no estuvo en aquel rincón de la ciudad, pero que resulta complicación emocional del momento en que la mirada del artista pasó por allí.

“Viajar no siempre se hace a un país lejano, sino también en el hogar mismo. Adoro mis viajes al sótano de la casa, al comedor, al cuarto donde dormito; viajo a los mercados, a la calle próxima o me voy en bicitaxi a recorrer la ciudad.”[3] De esta manera Oliva tuerce el concepto del viaje, despojándolo de todo arraigo físico o ley espacio-temporal. Viajar es sinónimo de descubrir, y ambas dejan de ser acciones exclusivas del trotamundos. Es un constante absorber del entorno, una perenne búsqueda de legitimidades, una inagotable producción de viñetas.

Son estos “papeles” que quedan a la deriva en aviones, cafeterías, o incluso en la sala de la casa, los que Apuntes de Viajes reúne. No es esta una muestra con grandes pretensiones artísticas o formales. No debe esperar el espectador encontrar en las paredes grandes teorías o alguna innovadora propuesta estética. Estos dibujos responden a una práctica que ha devenido instintiva en el artista, consistente en experimentaciones para un bestiario nacido de la irreflexión, o simplemente ejercicios que Oliva se impone para mantener vivo el dominio de la línea.

He aquí una mixtura de impresiones que se ha dibujado en los últimos años, un rastro que seguir, memorias que explorar. “Apuntes… son la conciencia y la inconciencia de lo que queda de estos viajes, de esas escapadas a lo interno. No son la clásica y tradicional constancia de lo que veo. Tal vez sea lo que me queda siempre: un amasijo de imágenes que me golpea.”[4]

[1] Oliva Rodríguez, Pedro Pablo. Notas para Catálogo de Apuntes de Viajes. Pinar del Río, 2016.

[2] Oliva Rodríguez, Pedro Pablo. Notas para Catálogo de Apuntes de Viajes. Pinar del Río, 2016.

[3] Oliva Rodríguez, Pedro Pablo. Notas para Catálogo de Apuntes de Viajes. Pinar del Río, 2016.

[4] Oliva Rodríguez, Pedro Pablo. Notas para Catálogo de Apuntes de Viajes. Pinar del Río, 2016.

Leonora Oliva Sainz

Leonora Oliva Sainz

Crítica y Curadora de Arte