Pedro Pablo Oliva: Crónicas de lo Maravilloso y otros temas
Catálogo de la exposición “Pedro Pablo, Obras Recientes”, Galería Bernheim, Agosto 1992, Ciudad de Panamá.
En el panorama actual de la pintura cubana Pedro Pablo Oliva es, por más de una razón, un caso excepcional. Perteneciente a la llamada “Generación de los 70”, Oliva es el único de los autores consagrados que ha conservado incólume su “residencia en la tierra”, sigue viviendo en la provincia de Pinar del Río, apegado a un ritmo de vida y de trabajo que sería impensable en la capital.
Hombre llano, jovial y comunicativo, Pedro Pablo es también el único de su generación que ante las aperturas morfológicas y conceptuales de los ’80 ha ido evolucionando, con mucha coherencia hacia un arte cargado de sensibilidad antropológica y enmarcado en una orientación intelectual crítica, de profundas raíces éticas. Pero lo que más lo singulariza dentro de esta orientación es que la crítica social que propone desde el arte así como su visión irónica de sucesos cotidianos magnificados bajo el rótulo de “maravillas del mundo” –los refugios, las colas, los navegantes…- están articuladas en un lenguaje visual que no apela a las expliciteces del “textualismo” ni al dramatismo chocante del “bad painting”, sino que conserva el rigor de la pintura, la excelencia del dibujo, la impecable factura… Si el énfasis cuestionador, los temas y el estilo de Oliva han variado en dependencia de cambios en el entorno social y en sus propios presupuestos expresivos, la percepción íntima que los anima es la misma que la de los años ’70 cuando obras como “Y que mala Magdalena” y “El Sueño”, ambas de 1975, se conjugaban, según Aldo Menéndez, el “humor crítico y la imaginería mágica”. En su serie sobre los juguetes y en toda su obra dedicada al mundo infantil, la composición de las figuras, los artefactos lúdicos y las situaciones expuestas están marcadas por su magia del grotesco expresivo cuyo humor tiene algo de alucinante. El motivo de los juegos y los niños es un recurso metafórico para hablarnos de la naturaleza humana, de sus lados oscuros y mezquinos.
En el fondo Pedro Pablo es un moralista que toma rumbo opuesto al de la utopía ideal. Su finalidad no es describir ni exaltar las perfecciones morales sino indagar en el universo de los instintos y los impulsos socialmente reprochables, quizás por un afán de exorcizarse y de expulsar de sí los demonios que lo acosan. Recientemente confesó a un periodista: “Quiero aliviar con la imagen de la infancia la crudeza de los problemas complejos que enfrenta la adultez.” En obras de intenciones más filosóficas inspiradas en el mito de Saturno –propone una reflexión sobre el sacrificio del “atro”, del que no encuentra espacio de realización en un clima psicológico, vertical e impositivo, que les impide ser ellos mismos en tanto escala de la sociedad como de la familia. Las relaciones de dependencia, el autoritarismo, la intolerancia y la sumisión son tópicos que articulan temáticamente las reflexiones antropológicas de Pedro Pablo.
Si a través del mundo infantil y particularmente en la serie de los juguetes los motivos éticos son más universales y las fuentes iconográficas pertenecen a la tradición pictórica (modo de figuración, uso expresivo del color, tensiones espaciales ordenadas en toda la superficie del cuadro…), en sus series sobre aspectos de la realidad cubana actual recurre al arsenal de la caricatura y del dibujo humorístico, más centrado en la síntesis conceptual y en el trabajo gráfico. En Los Refugios, Los Navegantes y los Museos hay un ascetismo pictórico que se refuerza a partir de una composición casi cinematográfica en donde el acceso visual a la escena está doblemente enmarcada y parece resultar simbólicamente el encerramiento vital de las figuras.
La crítica social en la obra más reciente de Pedro Pablo se inscribe dentro de una tendencia más general del arte cubano que en la década de los ’80 comenzó a transitar por lo que he llamado una “estética de la diferencia” en la que la autoconciencia sobre los recursos expresivos y la mirada cuestionadora sobre diversos ámbitos del quehacer moral y espiritual se vuelven fuerzas orientadoras en los planos formales y conceptuales.
Este proceso de indagación crítica, protagonizado fundamentalmente por los jóvenes, puso en tela de juicio todo el sistema de convenciones y prácticas que modelaban la producción y la circulación artística así como muchos patrones éticos que la propia dinámica social había desgastado o puesto en situación de crisis. Lo que en algún momento se denominó “arte crítico” para designar una poética cuyos referentes directos eran los clichés ideológicos, la mentalidad burocrática, los prejuicios sociales y las distintas formas de sacralización de los signos de poder utilizó como instrumentos expresivos el repertorio de la neo vanguardia –incluidos los performances- para agredir y provocar desde la forma misma, aquellos modos complacientes de ver el arte y la realidad. En una atmósfera de polémica intelectual y de no pocas estridencias desacralizadoras se fue conformando un espectro de propuestas en la que los valores estrictamente plásticos –vistos como símbolos de status y como reproducción de una conciencia adormecida- eran transgredidos radical y sistemáticamente. El “arte crítico”, que apelaba más a la razón que a la sensibilidad creó dentro del medio artístico una especie de fobia ante el placer contemplativo que disminuyó considerablemente, a mi modo de ver, su eficacia comunicativa y sus posibilidades de funcionar socialmente como arte “a secas”. Frente a la espectacularidad y los desafíos verbalistas de algunas posturas críticas asumidas por el arte o el posarte cubano de los ’80. La obra de Pedro Pablo Oliva representa un punto de equilibrio en el que lo local y lo universal, lo sensorial y lo reflexivo, el contenido y la expresión se conjugan productivamente. Sin repasar en tabúes ni autocensuras, Oliva incursiona como “cronista de su momento y su época” –como alguna vez se autodenominó- en un conjunto de temas a partir de los cuales realiza con un talento sorprendente una doble operación: mitificar lo cotidiano y desacralizar los falsos mitos.
En varios de sus trabajos, con no poca ampulosidad, coloca en el mismo rango que las históricas “maravillas del mundo” a los refugios que en preparación para una posible guerra se construyen en la Alameda de Pinar del Río, a las colas para comprar hamburguesas o al falo del “Coloso de Rodas”. Al ver estas obras, conociendo la capacidad de sorpresa de Pedro Pablo ante lo cotidiano, no tengo dudas en considerarlas “ironías benévolas” o “autoburlas” de un cubano común que con ese peculiar sentido del humor se extraña momentáneamente ante hechos que sacados de su contexto pueden revelar sus lados tremendistas, su excepcionalidad surreal o su naturaleza de mitos populares.
En cuanto a los procedimientos desacralizadores la ironía cobra otro sentido porque su función es desarmar críticamente el andamiaje falso y retórico que intenta encubrirse bajo un disfraz solemne; se trata entre otras, de obras de la serie Condecoraciones como “Martí-yo”, “El hombre nuevo” o “Ahorro”, que ridiculizan la mediocridad y la superficialidad con que algunos interpretan o asumen valores socialmente significativos. El objetivo de Pedro Pablo no es cuestionar el sentido recto de estos valores sino denunciar, con los recursos hiperbólicos del arte, las deformaciones o el deterioro que pueden sufrir las más sublimes ideas cuando no existe transparencias en su constante ajuste crítico o cuando su positividad es desvirtuada por el oportunismo. No es casual que el autor se refiera repetidamente a las máscaras o a otros modos de encubrimiento como esas pequeñas tribunas que circulan en sus cuadros como fuerzas impersonales.
Los personajes de Oliva parecen sacados de ilustraciones de fábulas; sus rostros y expresiones, diseñados con magistrales trazos, revelan las más disimiles actitudes y posturas psicológicas. Detrás de cada cuadro hay un mensaje directo o una alegoría subyacente que nos convoca a la reflexión y al goce de la representación visual. La indiferencia, la placidez, el desconcierto, la lujuria, la prepotencia o la doble moral, están presentes en estos diminutos seres que dentro de las “Maravillas del Mundo” conservan un apego vital a lo cotidiano que les confiere carnalidad y concreción. La voluntad narrativa de estas series nos sitúa ante escenas sacadas del tiempo, pero conectadas virtualmente a una acción precedente en la que el individuo y sus relaciones son presentadas críticamente desde el lugar privilegiado que nos concede el autor: la ventana indiscreta. En muchas de las cartulinas el espacio fragmentado describe más de un acontecimiento; las pequeñas escenas de la parte inferior funcionan como comentarios al tema central y complementan el hecho narrativo.
Muchos de los personajes de Oliva están ensimismados, encerrados en sus breves cuerpos sin gestos o flotando literalmente en el aire. En general, la representación y el contexto de esas pequeñas figuras tienen algo de sórdido y pecaminoso, pero, sin embargo, cada una de ellas conserva sus dosis de humanidad. Quizás aquí encontremos una característica peculiar de la ironía con que Pedro Pablo concibe y realiza sus temas y figuras; en sus obras, la distancia crítica no se conforma con situar al pintor por encima de sus personajes sino que llega a implicarlo emocionalmente. La serie “Los Navegantes” es la más dramática por su significado contextual. En ella, el artista enfoca desde un ángulo humano el insólito éxodo ilegal de individuos que tentados por las más disímiles apetencias del “american way of live” se aventuran en un viaje casi irreal, montados en los más sorprendentes artefactos. Para la sensibilidad del pintor, la suerte de esos emigrantes no es ajena, sino que forma parte de un drama colectivo que él sabe traducir con imaginación y acentuado simbolismo.
Pedro Pablo Oliva cree, como Martí, en el mejoramiento humano. Él busca y nos invita a buscar el sentido de realidades y hechos que pueden trascender la comprensión racional de aquel estilo de pensamiento que solo legitima lo que está dispuesto a aceptar como existente. Pero en el arte no se trata solo de entender selectivamente sino de sentir empatía cósmica, de enriquecer nuestra percepción emocional de los hombres y el mundo sobre todo en situaciones excepcionales y de intentar perfeccionarlos. Quizás esta dosis de utopía presente en la poética de Pedro Pablo le permita arriesgarse a poner en su puerta: “Se arreglan sueños y esperanzas. Sin garantías”. Según me confesó, él también trata de reparar sus sueños y la única garantía es intentarlo. Aceptemos el reto compartiendo también sus esperanzas.
Abril de 1992.
Jorge de la Fuente
Crítico de Arte
Otros textos