El juego de la vida o un mundo de pura poesía
Catálogo a la exposición “Historia de Amor”, Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana, 2007
Pintar no es colocar bien o mal el color, es pasar la barrera de lo inmediato, es sentir algo más que tu época, es pasar de lo cotidiano a lo universal, es lograr que la risa sea permanente, es lograr que la tragedia nos mantenga vivos más allá de nuestra época…
Pedro Pablo Oliva
La ejecutoria de Pedro Pablo Oliva[1] le sitúa como un artista sobresaliente, continuador de sus predecesores desde el rigor de la pintura, el dominio del dibujo y el alcance de sus presupuestos estéticos y conceptuales. Singular exponente de un estilo neoexpresionista, trascendido por el realismo mágico y el surrealismo, a Pedro Pablo le distinguen el acento lírico, las texturas y los efectos técnicos en una composición resuelta por la aprehensión de fantasías y realidades. Compone su poética desde un acercamiento anecdótico y enaltecedor de los sentimientos humanos, secundado por un tratamiento simbólico.
Imprescindible protagonista de la generación de los setenta -período marcado por un arte inducido hacia la búsqueda de la identidad y la reafirmación de nuestra vanguardia artística-, Oliva ahonda en nuestros orígenes y confirma cómo “…predominaba en esos años la búsqueda del terruño, de acercarse más a lo propio, a lo nacional, al pueblo donde uno vivía.”[2] Capta, indaga, interroga e interpela a la realidad de la vida cotidiana con una percepción marcada por su capacidad de asombro y con la ingenuidad propia de la curiosidad infantil mezclada con su espíritu irónico. Ese encanto y misterio de su imaginería conforman un arte particular asumido desde una perspectiva social, favorecida por el aislamiento del ruido de las capitales y el sentido de pertenencia a su pueblo natal.
Yo he querido hacer una obra seria, profunda, de pensamiento puro, filosófica; sin embargo, la presencia mantenida de hijos pequeños me distrae y me devuelve a la infancia. Es una extraña y placentera condena. Me tocó no salir de la infancia y de esa aparente ingenuidad debido a la presencia física y real de los niños en mi vida[3].
En una primera etapa plasma aquellas evocaciones de su niñez que le dejaron intensas impresiones y que confirman la vocación nostálgica de su naturaleza humana. Reconoce la profunda huella de la pérdida de su padre cuando contaba sólo siete años de edad: “Guardo el recuerdo de papá que se perdía cada noche (contando estrellas, decía la vieja). Mis primeros seis años viajando de su mano calle arriba y calle abajo, recogiendo semillas de pino. Su partida, el silencio de la casa y no entender que no lo vería más.”[4]
El estudio sistémico de su obra se inicia en 1970 cuando ejerce la docencia en la Escuela de Artes Plásticas de Matanzas desde 1971 hasta 1974. Realiza entonces un conjunto de papeles cromos de fondo negro y sutil elegancia con su motivación esencial: sucesos cotidianos de él y de sus coetáneos. Desde sus primeras realizaciones la audacia, la frescura y el rigor formal de sus imágenes evidencian acentos de sensualidad. Se destacan La hacedora de cigarros, relativa a cómo se suplen las carencias materiales; 513, donde sugiere las dificultades para poseer una vivienda a partir de su necesidad personal, Y qué mala Magdalena… alusiva al poema Los zapaticos de rosa, de José Martí. En ellas combina la presentación de personajes individuales y la profusión de escenas secundarias mediante un dibujo limpio dentro de un panorama atractivo y un amplio espectro de exploraciones temáticas.
Al regreso a su ciudad natal en 1974 inicia un período de reencuentro con sus raíces, con sus familiares y amigos. Su obra se hace sensible a esta variación y se advierte el uso de una paleta más fría, de marcada preeminencia lírica en piezas como El sueño, óleo sobre tela de 1975, y una extensa colección de pequeñas cartulinas trabajadas con creyones de color, imbuidas de un ambiente bucólico y con una sensible pérdida de la fuerza grotesca del lenguaje expresionista. En 1976 ejecuta un núcleo importante de cartulinas de pequeños formatos en las cuales enaltece asuntos ligados a problemas existenciales del mundo cotidiano mediante metáforas y signos icónicos. Aprovecha las posibilidades del creyón en su interés por lograr la ligereza del dibujo y explaya sus sentimientos a plenitud en una iconografía que refleja un notable equilibrio en el orden estético. A continuación, en un conjunto de óleos sobre tela, agudiza su propensión a las texturas con marcada intención lúdica. En estas ingeniosas composiciones sobresale el óleo La brocha, fiel exponente de su afán por sobredimensionar objetos comunes y otorgarles protagonismo, inspirado en Ángel Acosta León.
Ejerce la docencia en la Escuela de Artes Plásticas de Pinar del Río y se relaciona con alumnos pertenecientes a una generación cuestionadora de principios éticos: Segundo Planes, Carlos Luna, Ibrahim Miranda y Eduardo Ponjuán, et al, con quienes mantiene una afinidad de pensamiento al considerar la obra de arte más allá de una representación visual de pura contemplación. Pedro Pablo concentra su atención en la crítica de su contexto con el ánimo de contribuir al mejoramiento de la sociedad y en sus motivaciones afloran con mayor incidencia referencias visuales que remiten a conductas negativas como la doble moral, el burocratismo, el oportunismo, la adulación y la infidelidad, sin perder el lenguaje metafórico y su sentido del humor.
Historia de amor, la actual propuesta expositiva, abarca aproximadamente tres fértiles décadas (1980–2007) del proceso creativo de Pedro Pablo Oliva, período en el cual se reconocen las series como signos distintivos de su labor. Con el ejercicio crítico, Oliva confronta la relación arte-sociedad desde una arista ontológica, considerando vivencias cotidianas con un matiz humanista. Veinte exponentes[5] de indiscutible valor artístico, concebidos individualmente o como conjunto: seis lienzos, diez dibujos, un bronce y cuatro cerámicas, corroboran el proceder anecdótico y aleccionador de su discurso.
El hilo conductor de la muestra se establece a partir de la preocupación del artista por poner el punto de mira en aquellos asuntos que trascienden su ámbito para situarse como temas importantes en la sociedad cubana. Se concreta entonces en la fundamentación conceptual de una obra de corte social, estético e ideológico mediante la profusión de imágenes, la simultaneidad de acciones, el dinamismo y el alto nivel de asociaciones. Las vivencias subyacen en el espectro temático sin perder su propia identidad y contribuyen a conformar un universo de connotaciones simbólicas en franca comunión con la reflexión acerca de valores morales como la lealtad, la fidelidad y la solidaridad humana. Su percepción asume el conflicto del ser humano con su tiempo y con él mismo desde un matiz intelectual, con un fino humorismo y una aguzada ironía que le permiten sobrepasar la simple captación de la realidad para ubicar su discurso artístico en la crítica social. Su agudeza inquisitiva está dada por una particular aproximación a fundamentos antropológicos acentuados por fuertes raíces éticas, cuya carga poética se aprecia tanto en la creación plástica como en el abordaje lírico de sus argumentos teóricos, que no permiten discernir si es un pintor que escribe o un poeta que pinta.
Desde 1979 ejecuta una importante serie caracterizada por los telones de circo como símbolo de las acciones encubiertas de los hombres al descubrir que un toldo podía dar la medida de una forma de manifestarse el ser humano: “Algo así como que las cosas o las gentes tienen trastienda”[6] y Oliva actúa como ente moralizador de esas acciones a partir de las consideraciones siguientes:
Asustarme al pensar que los circos con sus personajes clásicos se parecían a los personajes de la vida.
El mago que saca las cosas y no se sabe de dónde.
El que nos hace ver las cosas que no son realmente.
El equilibrista: que marcha por la vida sin tropiezos y todo le sale bien.
El trapecista: que por más disparates que comete nunca se cae.
El domador: que logra tener a los demás bajo su control a fuerza de hábito o violencia.
El payaso: ese que por caer bien y lograr sus objetivos hace reír a cualquiera.
Los espectadores.
Los que dirigen.
Los que cobran.[7]
Esta intención se radicaliza en sucesivas series relativas a refranes de la cultura popular y que testimonian su profunda vocación nacionalista: El bobo y su mundo, Estudio para un juguete, Estudio para un teatro, Disparates y Pasatiempos, entre otras. A ellas se une un conjunto de obras, realizadas en técnicas mixtas sobre cartulinas como piezas independientes, entre las cuales se distinguen El bobo de los barquitos, El pescador pescado y Adiós para un papalotero, sentencias de realidades vividas que transmiten el aire juguetón y optimista de la vida con el característico tratamiento candoroso latente en su quehacer. La serie Disparates constituye un aparte en sus realizaciones pues en ella se realza el tono trágico cuando, bajo la denominación de Trofeos de guerra, compone piezas escultóricas mediante la inserción de trozos de muñecas que acentúan su empeño moralizador y el carácter enjuiciador de su labor. Sin embargo, la diversidad de sus intereses le lleva a la renovación estética y concibe dos instalaciones: La última cena, 1983 y La vajilla del amor, 1984, resumen de la fuerza del colorido en cartulinas de diversos formatos con énfasis en la connotación estética, emotiva y simbólica de la naturaleza sexual como rasgo esencial de su visualidad.
Retrato de niñez, 1989, pieza colmada de sencillez y bondad, resuelta con economía de recursos y sin desestimar el impacto provocado por la concepción del retratado, se erige como una obra de madurez filosófica en el abordaje de la personalidad emblemática de José Martí,[8] motivo de inspiración del artista en su afán por rendir tributo al Apóstol en reconocimiento a “su desenfrenado amor por hacer mejor al hombre.”[9] La inclusión de esta obra en el recorrido visual permite constatar dos acercamientos realizados en fechas diferentes dentro de un amplio repertorio dedicado al más ilustre de los cubanos, figura retomada cíclicamente y de la cual Oliva ha expresado:
“… hombre pequeño de levita que gustaba de amar la poesía; el que enseñaba y practicaba que la libertad digna y única era ésa donde el hombre no tenía que esconder sus palabras, ni frenar el vuelo de su poesía; esa imagen mitad ternura y mitad guerrero, Quijote caribeño, nuestra taza de café mañanero, enemigo irreconciliable del que humillaba al hombre por su raza, mitad Palma, mitad Mango y Caimito.”[10]
En lo adelante, sucesivas series patentizan ese afán de mejoramiento del ser humano, de reformar al hombre, heredado de Antonia Eiriz y presente en sus presupuestos conceptuales: Condecoraciones, Navegantes, y Consejos de mamá. Oliva confiere a la tragedia de los balseros un prisma dramático no carente de ironía. Así muestra a un balsero sobre un cuchillo, una libreta de abastecimiento o una caja de fósforos, mezclando el humor con el dramatismo al ofrecer una connotación simbólica de lo azaroso del destino de esos individuos, sumidos en un total desamparo contrastado con la ingeniosidad, la dulzura y el proverbial sentido de meditación. Igual procedimiento adopta en la colección Consejos de mamá en la que reafirma la significación de la imagen con una apoyatura textual de marcado acento reflexivo. Receptivo a las problemáticas sociales, se desdobla como un investigador que intenta mostrar el estado espiritual del contexto histórico-social al reflejar actitudes psicológicas de sus contemporáneos desde una proyección crítica, urgido por exorcizar sus angustias y sus sueños: “Volverse cronista es un poco difícil, porque intentas presentar tus pensamientos, pero también los de otros, porque si no dejas de ser narrador de épocas.”[11]
Con El gran refugio, 1991, de la serie Refugios[12], Oliva inicia la representación de la imagen de Fidel Castro, tal como lo había hecho con José Martí, en actitudes propias de un hombre común: “Ese extraordinario héroe, ese sorprendente pensador, ese maravilloso guía, lo quiero ver también como un hombre cotidiano.”[13] El gran apagón, 1994, indiscutiblemente el más célebre de sus lienzos, perteneciente a esta serie, resulta un compendio de motivos expuestos en series anteriores -como los navegantes- y símbolos frecuentes en su trabajo: las bicicletas, las sombrillas, las frutas y la indefectible unión sexual de la pareja humana. Representa la diversidad de un lugar que reúne personas de diferente formación educacional y cultural y delata el punto de vista del autor, quien ha declarado que le fascina saber que en un mismo instante pueden ocurrir infinitas cosas diferentes.
Retoma la utilización de un cuño –elemento ya utilizado en la serie Condecoraciones- y lo utiliza para detallar las carencias de la gasolina y del petróleo que provocaron a mediados de la década del 90 una situación alarmante de malestar en la población a causa de los largos períodos sin luz eléctrica conocidos como “apagones”. Oliva establece un juego de palabras mediante un mensaje subliminal de símbolos: CUPET y CASTROL.[14] Pretende recoger el estado espiritual del mundo con relación a la certeza o no del socialismo como proceso social de ahí que inserte en la representación la figura del máximo líder de la Revolución dentro de la imagen del pueblo en un momento de crucial confrontación de opiniones. Es el resultado de la necesidad del autor de significar momentos históricos desde el legado de la agudeza del espíritu de Antonia Eiriz, acentuado con humor e ironía y representa un canto a la reafirmación de la independencia nacional en la difícil época oficialmente denominada “período especial”. Se vale de elementos significativos y seductores donde se destaca la tribuna cubierta con la bandera cubana sobre la cual recae un haz de luz, representativo del sentido de nacionalidad de nuestro pueblo en cualquier circunstancia.
Con motivo de la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba en 2000 realiza El inconcluso milagro del pan y los peces, tríptico donde aparecen Fidel y el Sumo Pontífice sentados en un sillón de mimbre -componente asiduo de su discurso creativo-, en el centro de una composición colmada de simbologías y coronada por el cuño peculiar de su poética. Esta obra continúa su interés por resaltar sucesos históricos relevantes de nuestra nación y obedece a su afán por aunar hechos, de manera que coloca paneles laterales al motivo central para interconectar diferentes asuntos en un extenso proceso de ejecución, al igual que en El gran apagón.
En 2003 Oliva ha madurado la idea de abordar la figura de Fidel Castro como un tema independiente en sus cuadros e inicia la serie El gran abuelo en el empeño por ir más allá de la imagen externa para indagar sicológicamente en el mundo del personaje, cómo él se lo imagina en la vida cotidiana:
Yo he hecho con el tema de Fidel un desdoblamiento de mi sentido de la vida y de la muerte. Cuando lo sitúo contemplando una libélula o en el malecón, ese soy yo mismo, que también soy abuelo. Al representarlo a él, me estoy representando a mí mismo y analizo su situación como ser humano desde mi propia vida.[15]
Este método le permite explorar en determinadas circunstancias y expresar la realidad a través de su óptica. Obsesionado por representar al máximo dirigente cubano, consciente de que su condición de figura pública enfrascada en lograr un proyecto político–social único limita sus libertades para actuar como cualquier hombre común, Oliva lo representa en situaciones cotidianas desde un sesgo poético y simbólico. En esta colección resulta significativo el logro de las texturas en el dibujo Abuelo contemplando una libélula, sutil expresión de la relevancia que puede tener hasta el más mínimo detalle para un espíritu interesado en descubrir el misterio y la belleza ocultos en las actitudes más baladíes de la vida diaria.
Esta serie le lleva a otra: Alegrías y tristezas del malecón. Se auxilió del tácito cometido social de nuestro malecón, sobre todo visto al anochecer porque, según sus propias palabras, el malecón “vive” de noche y se enfrasca en un conjunto prominentemente sombrío. El encanto de la pasión se expresa en la unión de Fidel y una mujer en Historia de amor, lienzo que forma parte de un tríptico de gran formato y colorido contenido, alejado de las texturas, con simplificación de los detalles, que prioriza el dibujo y donde la connotación aleccionadora resulta de matiz filosófico y marcada agudeza. Su intención es, una vez más, remarcar la condición de ser humano común latente en este hombre relevante de la historia universal.
La adición de una caña de pescar sobre cada obra constituye un ingrediente significativo que compromete el sentido de interrelación formal entre ellas y patentiza el vínculo de la pesca con el malecón habanero, icono y resumen de muchas acciones del individuo. En Hombre desnudo aparece un lagarto, conformado por los colores azul, blanco y rojo, sobre la espalda del individuo y nos remite a la bandera cubana que cuelga de la vara de pescar en franca confrontación con la realidad de un individuo solo, desnudo y con el miembro viril hecho un nudo. Denuncia la soledad y la angustia del ser humano.
Pepito malecón recrea al clásico niño de los cuentos cubanos pescando en el malecón habanero con la presencia de su madre sobre su cabeza y rodeado de sus amigos, expresión de la complejidad que pesa sobre este personaje y de todas las historias que se tejen a partir de su figura infantil colmada de ingenuidad. Muchacha levitando sobre un cubo, 2007 nos remite a la alienación del ser humano, al estado de enajenación de cualquier individuo, imaginado desde una intención lírica y con la riqueza de colorido, la belleza del conjunto y la profundidad del conocimiento del mundo interior del individuo que distinguen al artista.
Como complemento de su labor, Oliva incursiona en el arte cerámico a partir de 2004 cuando realiza Nueva historia para Caperucita Roja. En esta versión criolla el lobo es sustituido por un gato con una fruta sobre la espalda, dando rienda suelta a su fabuloso imaginario y continuidad al uso de elementos iconográficos de su pintura en otra manifestación artística. Esta experiencia abre un nuevo cauce a su quehacer al salir de la superficie bidimensional hacia la tridimensionalidad para ilusionar al espectador con la diferencia de espacios sin menoscabar sus planteamientos socioculturales. Constituye otra manera de acercarse a la realidad; otra manera de acercarse al hombre.
En el tríptico Nueva historia de Mamá Inés[16] traslada sus postulados estéticos a esta expresión plástica sin despojarla de las implicaciones que caracterizan su vertiente pictórica. Basado en el refrán El que no quiere caldo, tres tazas, representan la relación de pareja entre peninsulares y criollas (españoles e italianos con cubanas) e incorpora la presencia de otras figuras masculinas en torno a la novia, situación frecuente en la sociedad cubana actual. La alusión a lo cubano se halla reforzada por la incorporación de granos de café, tanto reales como cerámicos, mientras que una inscripción en cada plato de café nos recuerda el cuño distintivo de los lienzos y crea una asociación indisoluble entre las tazas.
Un personaje coloreado rodeado por cinco idénticos, aunque sin color, conforma la instalación El iluminado donde el protagonista es distinguido no solo por su cromatismo sino también porque lleva una vela encendida en la cabeza, lo que le confiere una posición favorecida, aunque lamentablemente se encuentre encerrado en una jaula, lo que lo diferencia de otros individuos.
La cerámica más modificada con el paso del tiempo es Morboso juguete chino, conformada por un muñeco de cuerda -lo que mantiene una línea coherente con la serie Juguetes- y ratifica cómo Oliva no abandona los temas, sino que los retoma constantemente. Coloca al personaje frente a una tribuna resuelta como una caja de cartón frente a micrófonos fálicos a la par que se escucha el sonido de una pareja haciendo el amor. Recrea la tradicional actitud de un demagogo, que guarda celosamente un grupo de muñecas Barbie -lo que fortalece la persistencia de lo sexual y erótico en Oliva-, mientras se proyecta de manera diferente ante el público amparado en su trono de poder y seducción. Es una denuncia a la falsedad del comportamiento del ser humano.
Historia de amor corrobora cómo Oliva apuesta a favor del amor y la delicadeza para ofrecernos un canto a la ternura. El artista aprovecha sus potencialidades creativas para evaluar el complejo escenario que retrata con una mirada valorativa, absorto en su misión de construir el perfil de una época con una estética ubicada en la frontera entre arte y ética. Su espíritu se nutre del pensamiento de José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia”, al armar una historia de amor enfocada desde la propia vida y expresada a través de un mundo de poesía que resume sus presupuestos conceptuales:
No sé cómo comenzaron a interesarme aquellos temas que tenían que ver con la vida cotidiana, con los hechos cotidianos, con la existencia pasajera y no menos bella de una mujer dormida sobre su cigarrillo. Acaso me empujó hacia ese abismo el espíritu de crítica que hicieron nacer en mí, frenaron, y de nuevo hicieron nacer en mí funcionarios y políticos. Acaso la ausencia de una contrapartida frente a los aplausos de que todo estaba bien, muy bien. Acaso, Antonia Eiriz, esa mujer que todavía vaga por La Habana señalando con su dedo el justo sitio de la encrucijada.
Siempre he pensado, lo seguiré haciendo, que el hombre es expresión de la vida natural. La noche y el día se expresan, lo húmedo y lo seco, lo tierno y lo grotesco. El pensamiento opuesto también necesita expresarse. De esa batalla, de esa lucha de pensamientos y de ideas hermosas, solo trascenderá lo justo; y la verdad, temporal o eterna, se impondrá.[17]
Como espectador sensible, Pedro Pablo Oliva aborda diversas temáticas lo que sitúa su arsenal creativo como paradigma de la tradición pictórica de nuestro país. Su ejercicio artístico enriquece la interpretación multifacética y diversa del acontecer nacional y su acción[18] contribuye a proyectar desde su probada capacidad la polifuncionalidad social del arte con absoluta coherencia y carácter universal. Su obra se ubica entre lo mejor del movimiento plástico de nuestro arte contemporáneo y es un ofrecimiento a la reflexión desde el deleite, a partir de una postura de alternativa ética, profundamente humana y enaltecedora de nuestra nacionalidad. En ese espacio donde se concilian identidad y memoria, Pedro Pablo Oliva se ubica, por derecho propio, con una obra que se legitima por su perennidad y trascendencia.
[1] Hijo menor de una familia de ocho hermanos, Pedro Pablo Oliva Rodríguez nace el 15 de enero de 1949 en un hogar humilde en la ciudad de Pinar del Río. Se vincula al dibujo influido por las historietas; ingresa en la Escuela Provincial de Artes Plásticas de su localidad y a los dieciséis años, en la Escuela Nacional de Arte (ENA) en La Habana, donde se gradúa en 1970. Aprecia las enseñanzas de Servando Cabrera Moreno, padre espiritual de esta promoción; admira la textura lograda por Eduardo Abela, la fantasía de Ángel Acosta León y reconoce el magisterio excepcional de Antonia Eiriz, de quien se reconoce deudor de su afán por descubrir al hombre y sus ansiedades, auxiliado por el influjo de los expresionistas James Ensor y Edward Munch junto a la inspiración lírica del pintor ruso Marc Chagall y la figuración estilizada de Gustav Klim.
[2] Pedro Pablo Oliva. “Quiero pintar en paz…”: La Habana, Galería La Acacia, mayo – jun. 2000. Catálogo.
[3] Entrevista de la autora al artista, 19 de julio de 2007.
[4] Pedro Pablo Oliva. Pinturas, dibujos, bocetos y pasatiempos. La Habana, Museo Nacional de Bellas Artes, Dirección de Patrimonio Cultural, Ministerio de Cultura, 7 sept. – 7 oct. 1984. Catálogo.
[5] Resulta significativa la colección de obras de su autoría pertenecientes al tesauro del Museo Nacional de Bellas Artes, gracias a la donación del artista al patrimonio nacional de un lote importante y cuantioso cedido en 1984, tras una antológica exposición personal presentada en esta institución -casualmente el 7 de septiembre- que inician este recorrido por su proceso creativo.
[6] Pedro Pablo Oliva. Pinturas, dibujos, bocetos y pasatiempos. La Habana, Museo Nacional de Bellas Artes, Dirección de Patrimonio Cultural, Ministerio de Cultura, 7 sept. – 7 oct. 1984. Catálogo.
[7] Pedro Pablo Oliva. Pinturas, dibujos, bocetos y pasatiempos. La Habana, Museo Nacional de Bellas Artes, Dirección de Patrimonio Cultural, Ministerio de Cultura, 7 sept. – 7 oct. 1984. Catálogo.
[8] Le causa una honda impresión conocer que Antonio Oliva (su abuelo paterno) participó en Dos Ríos en la emboscada donde fue herido y rematado José Martí.
[9] Argel Calcines. “Pedro Pablo Oliva o el encanto de una pequeña hoja de tamarindo”. Opus Habana. Volumen II, No.4 / 98, p 12 – 22.
[10] Argel Calcines. “Pedro Pablo Oliva o el encanto de una pequeña hoja de tamarindo”. Opus Habana. Volumen II, No.4 / 98, p 12 – 22.
[11] Manuel Fernández Figueroa. “Pedro Pablo Oliva: Yo no soy maestro”. Boletín digital No. 4, Galerías Cubanas, Año 6, feb/2007.
[12] Túneles populares construidos para protegernos ante una invasión norteamericana.
[13] Manuel Fernández Figueroa. Ob. cit.
[14] Se refiere al acuerdo entre Cupet y Castrol, empresas cubana y mexicana, respectivamente, refinadoras e importadoras de combustible, con el objetivo de solucionar las necesidades energéticas en Cuba.
[15] Entrevista de la autora al artista, 19 de julio de 2007.
[16] Premio especial obtenido en el evento La Vasija realizado en el Salón Blanco del Convento San Francisco de Asís, La Habana, junio de 2007.
[17] Argel Calcines. Ob. cit.
[18] La incidencia cultural de Pedro Pablo Oliva trasciende los límites de su cometido plástico y contribuye con diferentes estrategias culturales: colabora con la Brigada Hermanos Saíz en la publicación de la revista La gaveta, en la creación del Museo de Arte de Pinar del Río (MAPRI) en el 2001; favorece la conformación del patrimonio artístico desde la acción de su Casa Taller, con el objetivo de promover y difundir las artes y la cultura pinareñas, mediante un Centro de Documentación, una Galería, el otorgamiento de los Premios CUBAneo y el coauspicio de eventos, conferencias y actividades culturales en función del desarrollo de las artes. Su activa participación y apoyo demuestran su compromiso ante todas estas acciones.
Hortensia Montero Méndez
Crítico de Arte
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